Últimas chanclas tardías del Otoño
Publicado: 20 Oct 2011, 14:37
Pesan mis párpados que impiden que atienda las letras que me esfuerzo por leer
así que levanto la vista de mi libro de ensayos adormilado, en verdad dormido
tengo sueño, frío y tedio, añoro mi cama, con el forro nórdico recién estrenado
porque han llegado ya los fríos del Otoño que hasta finales de Octubre nos faltaron.
Huele aún mi chaquetilla de entretiempo a naftalina y a armario
y mis botas me resultan ajenas, acostumbrado medio año a ligeras zapatillas
mis dedos están un poco enrojecidos, porque no hace tanto, tanto frio
para ponerme los guantes de suave lana, ni de cuero varonil.
En el frio suburbano mis compañeros de viaje están en mi misma situación
veo chaquetillas y rebecas, incluso algún que otro friolero con un chaquetón
pero entre el gentío destaca, como cisne entre cuervos, la última chancla del Otoño
que rodea un pie perfecto, níveo, tal vez helado, paralizado por el frío.
Mis ojos antes dormidos se abren de par en par y contemplo extasiado
la blanca piel, la roja chancla, las bellas curvas de talones bien cuidados
y mi vista escala su pantorrilla, su rodilla encogida por el frío, su muslo encantador,
apretados muslos en shorts apenas protegidos del primer frío del Otoño.
¿Qué te hizo salir con tu blanca y suave piel perfecta expuesta a las inclemencias
del tiempo mutable de esta estación de calores y fríos descompuestos?
¿Fue acaso tu vanidad, de brillante y colorida camiseta, de colgante de plata
que cuelga sobre tu marcado pecho de bellas curvas encogidas por el frío?
¿Por qué las chanclas rojas que arriesgan los proporcionados dedos de tus pies
al helado viento, al pisotón de botas, al charco traicionero?
Miro extasiado tu rostro de inconsciente belleza y admiro tu melena sobre tu rostro
miro tus brazos apretados sobre tu abdomen, ovillito de flor de verano congelada.
Quisiera echar sobre tus hombros mi abrigo, y envolver tus pies en suave lana.
Quisiera abrigar tu frío en un abrazo y con mi cálido aliento darle vida a tu cara.
Quisiera desterrar al viento para que tu carne luzca siempre fresca y lozana.
Quisiera cada noche ver tus pequeñas chanclas rojas desnudas bajo mi cama.
así que levanto la vista de mi libro de ensayos adormilado, en verdad dormido
tengo sueño, frío y tedio, añoro mi cama, con el forro nórdico recién estrenado
porque han llegado ya los fríos del Otoño que hasta finales de Octubre nos faltaron.
Huele aún mi chaquetilla de entretiempo a naftalina y a armario
y mis botas me resultan ajenas, acostumbrado medio año a ligeras zapatillas
mis dedos están un poco enrojecidos, porque no hace tanto, tanto frio
para ponerme los guantes de suave lana, ni de cuero varonil.
En el frio suburbano mis compañeros de viaje están en mi misma situación
veo chaquetillas y rebecas, incluso algún que otro friolero con un chaquetón
pero entre el gentío destaca, como cisne entre cuervos, la última chancla del Otoño
que rodea un pie perfecto, níveo, tal vez helado, paralizado por el frío.
Mis ojos antes dormidos se abren de par en par y contemplo extasiado
la blanca piel, la roja chancla, las bellas curvas de talones bien cuidados
y mi vista escala su pantorrilla, su rodilla encogida por el frío, su muslo encantador,
apretados muslos en shorts apenas protegidos del primer frío del Otoño.
¿Qué te hizo salir con tu blanca y suave piel perfecta expuesta a las inclemencias
del tiempo mutable de esta estación de calores y fríos descompuestos?
¿Fue acaso tu vanidad, de brillante y colorida camiseta, de colgante de plata
que cuelga sobre tu marcado pecho de bellas curvas encogidas por el frío?
¿Por qué las chanclas rojas que arriesgan los proporcionados dedos de tus pies
al helado viento, al pisotón de botas, al charco traicionero?
Miro extasiado tu rostro de inconsciente belleza y admiro tu melena sobre tu rostro
miro tus brazos apretados sobre tu abdomen, ovillito de flor de verano congelada.
Quisiera echar sobre tus hombros mi abrigo, y envolver tus pies en suave lana.
Quisiera abrigar tu frío en un abrazo y con mi cálido aliento darle vida a tu cara.
Quisiera desterrar al viento para que tu carne luzca siempre fresca y lozana.
Quisiera cada noche ver tus pequeñas chanclas rojas desnudas bajo mi cama.